Jesús, el Enigmático Elegido de Dios: El Evangelio según San Marcos

Con esta entrada empezaré una serie de análisis exegéticos de los cuatro evangelios canónicos, empezando por el Evangelio de Marcos. Como expresé al anunciar esta serie, mi objetivo no es el de ofrecer un análisis exhaustivo de este evangelio (cosa que literalmente requeriría de varios libros) sino el de ofrecer un “mapa” que guié al lector y lo ayude a formar sus propias interpretaciones. Idealmente, lo que pretendo es que después de leer este análisis el lector lea el evangelio directamente, prestando atención a los puntos y comentarios hechos aquí.

Como anuncié con anterioridad, este análisis será hecho desde una perspectiva histórica y literaria y no teológica, motivo por el cual voy a seguir una serie de normas de interpretación que guiarán todo el ejercicio con las que quizá el lector no esté familiarizado. En una entrada anterior expuse cuales son esas normas y su lógica, por lo que recomiendo fuertemente al lector que lea cuales son antes de adentrarse en el análisis de este evangelio. Quizá también sea de interés la entrada en donde discuto la autoría de este evangelio.

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El Evangelio de Marcos describe a Jesús como una figura llena de poder pero envuelta en enigma.

El Evangelio de Marcos: Características Generales

La idea fundamental que empapa toda la narración de Marcos es la incapacidad de los personajes del evangelio de poder entender quién es Jesús y cuál es el significado de sus palabras. Una y otra vez tanto los enemigos de Jesús, así como sus discípulos y familia fracasan en comprenderlo, aun cuando él les habla de manera clara.

Esto crea una poderosa dualidad que es fundamental para entender como Marcos quiso que su evangelio sea leído. Los personajes del evangelio no entienden ni la identidad ni el mensaje de Jesús, pero, y esto es lo esencial, los lectores (es decir, los miembros de la comunidad donde Marcos escribió este evangelio) presumiblemente si entienden estas cosas. La dualidad es entonces esta: el lector sabe y entiende más que los personajes del evangelio. En efecto, el lector ya sabe que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios que debe de sufrir y morir para redimir el mundo, pero eso es incomprensible para los personajes del evangelio.

La motivación histórica es bastante clara. Si bien los antiguos judíos tenían distintas perspectivas sobre quién iba a ser el Mesías, todos ellos concordaban en que este iba a ser una figura de inmensurable poder y gloria. Sea que este sea un poderoso líder militar que derrote a Roma, un sabio líder religioso o una figura cósmica, el Mesías siempre era visto como un ser gran majestad que restauraría a Israel. Jesús no fue nada de eso. Jesús fue un campesino de la Galilea rural que fue indecorosamente humillado y crucificado por el poder de Roma. Marcos intenta entonces presentar un concepto de Mesías radicalmente distinto al preponderante en su época: un Mesías sufriente, noción que será incomprensible para casi todos los personajes de su evangelio.

La identidad de Jesús como el prometido Mesías es entonces un enigma a través de toda la narración marcana. Incluso el propio Jesús busca mantener su identidad en secreto. En efecto, en las raras veces que es reconocido, Jesús invariablemente pide que se guarde silencio. Este rasgo de la narración marcana se ha denominado como “El Secreto Mesiánico” y es uno de los temas más recurrentes en este evangelio.

A continuación, presentaré el análisis del evangelio bajo esta óptica, siguiendo un orden más o menos cronológico:

Juan Bautista: Elías Venido de Nuevo

El Evangelio de Marcos inicia con una cita que combina a Malaquías e Isaías:

«Yo estoy por enviar a mi mensajero delante de ti, el cual preparará tu camino». (Mal 3:1) «Voz de uno que grita en el desierto: “Preparen el camino del Señor, háganle sendas derechas”». (Isa 40:3)

Con estas palabras Juan Bautista entra en la escena. El Bautista es descrito de manera similar a Elías (ver, por ejemplo, 2 Reyes 1:8), asociación que será reforzada a través del resto del evangelio. ¿Cual es la significación de esta asociación entre Elias y el Bautista? La asociación es importante ya que la tradición judía sostiene que el profeta Elías regresará al mundo justo antes del “Día del Señor”, un día de Juicio.

En efecto, el libro de Malaquías (el cual es citado por Marcos) termina precisamente con esa profecía:

Miren, ya viene el día, ardiente como un horno. Todos los soberbios y todos los malvados serán como paja, y aquel día les prenderá fuego hasta dejarlos sin raíz ni rama —dice el Señor Todopoderoso—. Pero para ustedes que temen mi nombre, se levantará el sol de justicia trayendo en sus rayos salud. Y ustedes saldrán saltando como becerros recién alimentados. El día que yo actúe ustedes pisotearán a los malvados, y bajo sus pies quedarán hechos polvo —dice el Señor Todopoderoso—. Acuérdense de la ley de mi siervo Moisés. Recuerden los preceptos y las leyes que le di en Horeb para todo Israel. Estoy por enviarles al profeta Elías antes que llegue el día del Señor, día grande y terrible. Él hará que los padres se reconcilien con sus hijos y los hijos con sus padres, y así no vendré a herir la tierra con destrucción total”. (Mal. 4:1-6)

Si Elías ha regresado en la figura de Juan Bautista, entonces el Día del Señor debe estar cerca, y el Bautista prepara el camino.

El Bautista precisamente cumple esa función: una de preparación mediante un “bautismo de arrepentimiento para el perdón de pecados”. Sin embargo, y fiel al rol que Marcos le ha asignado a este personaje, el Bautista insiste que el es simplemente un precursor, ya que “(d)espués de mí viene uno más poderoso que yo; ni siquiera merezco agacharme para desatar la correa de sus sandalias” (Mc. 1:7).

Jesús, El Elegido de Dios Inicia su Ministerio

A diferencia de otros evangelios, este no hace referencia alguna al nacimiento o infancia de Jesús. Jesús aparece en el evangelio ya como adulto sin que se mencione que este haya tenido un nacimiento o infancia excepcional. En efecto, como veremos, otras secciones del evangelio parecen insinuar la idea que, para Marcos, Jesús tuvo una existencia ordinaria antes de su ministerio. Es en esta calidad que Jesús se presenta ante el Bautista.

Image result for baptism of jesusJesús es bautizado y apenas sale del agua ve el cielo abrirse y una paloma bajar acompañada de una voz que proclama “Tu eres mi hijo amado” (Mc. 1:11). Este evento tiene un impacto inmediato en Jesús quien es “impulsado por el Espíritu” hacia el desierto donde es tentado por Satanás durante cuarenta días. Es esencial notar que Marcos indica que solo Jesús presencia la paloma y escucha la voz: no se indica que el Bautista, ni los demás presentes hayan sido testigos de estos eventos. En este momento, dentro del mundo literario del evangelio, solo hay tres personajes que conocen la identidad de Jesús como el mesías: el propio Jesús, Satanás y Dios.

Jesús, el Poderoso Elegido de Dios

La forma en la que el evangelio está escrito fuertemente invita a la idea de que el arresto del Bautista habría ocurrido durante el lapso en el que Jesús estaba en el desierto. Así, el inicio del ministerio de Jesús coincidiría con el regreso de Jesús a la civilización, sin que nadie lo hubiese visto desde su bautizo.

Jesús regresa con poder a su tierra natal de Galilea, proclamando un mensaje apocalíptico que tiene resonancia con el de Juan: “Se ha cumplido el tiempo. El reino de Dios está cerca. ¡Arrepiéntanse y crean las buenas nuevas!” (Mc. 1:15). Con autoridad, Jesús se acerca a desconocidos y con solo llamarlos los convence de abandonar sus profesiones y sus familias para convertirlos en discípulos suyos (Mc. 1:16-20). Asimismo, su autoridad le permite predicar y dar enseñanza por cuenta propia (Mc. 1:22).

La autoridad de Jesús también vincula los demonios, los cuales están forzados a obedecerlo. Ellos reconocen a Jesús como el Mesías pero este, invariablemente, les obliga a guardar silencio (ej.: Mc. 3:11-12). Del mismo modo, la enfermedad también cede y obedece a los mandatos del elegido de Dios quien es capaz de sanar con su palabra. Jesús también exhorta a los beneficiarios de estos milagros a mantener silencio, pero ellos a menudo no le obedecen y extienden su fama por toda la región (ej.: Mc. 1:45).

Varios de los milagros de Jesús guardan un claro paralelo con otros realizados por profetas antiguos, aunque siempre Jesús los supera. Así, mientras Eliseo pudo alimentar a cien personas con 20 panes (2 Reyes 4:42-44), Jesús es capaz de alimentar a cinco mil con cinco panes y dos peces (Mc. 6:31-44) y luego a cuatro mil con siete panes (Mc. 8:1-13). Mientras Elías fue capaz de hacer que un hacha flote (2 Reyes 6:1-7), Jesús es capaz de caminar sobre el agua (Mc. 6:45-52). Mientras Elías pudo resucitar a un niño después de muchos esfuerzos (1 Reyes 17:17-24), Jesús es capaz de resucitar a una niña con solo una frase (Mc. 5:35-43). Es curioso notar, sin embargo, que a pesar de que Marcos describe a Jesús con incuestionable poder milagroso, en algunas ocasiones lo presenta de un modo que lo hubiese podido haber hecho parecer como un hechicero a ojos de una audiencia de la antigüedad. En dos ocasiones, Jesús emplea escupitajo para realizar sanaciones (Mc. 7:33-35, 8:23), una práctica medicinal común en el antiguo mediterráneo al igual que el empleo de aceite (Mc. 6:13). Igualmente, Marcos preserva en dos ocasiones las palabras arameas de Jesús en el momento de sanar, las cuales, a los oídos de una audiencia de habla griega, hubiesen sonado similar a palabras mágicas (Mc. 5:41, 7:34).

Jesús, el Incomprendido Elegido de Dios

Sin embargo, el poder y autoridad de Jesús no son comprendidos y sus oyentes son incapaces de reconocer su identidad como el Mesías. Las autoridades religiosas en particular resultan ofendidas por sus acciones e, incapaces de reconocerlo, acusan a Jesús estar en liga con los demonios (Mc. 3:22). El conflicto de Jesús con las autoridades se vuelca también respecto a la interpretación de la Ley Mosaica, con Jesús siempre insistiendo que aliviar el sufrimiento humano es más importante que un estricto apego a la Ley (ej.: Mc. 3:1-5). Además, Marcos indica que Jesús derogó las leyes respecto a la pureza de alimentos (Mc. 7:19). El conflicto entre Jesús y las autoridades religiosas escala rápidamente y estas segundas acuerdan desde muy temprano en la necesidad de matarlo (Mc. 3:6). Sin embargo, es necesario notar la profundidad e ironía del drama que Marcos nos presenta. Dentro de su narrativa las autoridades religiosas no buscan la muerte de Jesús meramente por celos o por desacuerdos teológicos, sino que ellos se oponen a Jesús porque a pesar de ser el Mesías, el Hijo de Dios, ellos son incapaces de entender lo que dice o quién es.

Pero no solo son los enemigos de Jesús quienes son incapaces de entender, sino también sus más allegados. Para los cristianos modernos, especialmente los de persuasión católica, resulta particularmente desconcertante que el Evangelio de Marcos indique que la propia familia de Jesús, incluyendo su madre, hayan creído que este perdió la cabeza (Mc. 3:21) y que hayan intentado llevárselo para hacerse cargo de él (Mc. 3:33-35). Del mismo modo, los residentes de su tierra murmuran entre ellos “¿De dónde sacó este tales cosas? ¿Qué sabiduría es esta que se le ha dado?¿Cómo se explican estos milagros que vienen de sus manos? ¿No es acaso el carpintero, el hijo de María y hermano de Jacobo, de José, de Judas y de Simón? ¿No están sus hermanas aquí con nosotros?” (Marcos 6:3). Sin embargo, todo esto tiene perfecto sentido dentro del mundo literario del evangelio. Recordemos que el evangelio de Marcos no incluye ninguna narrativa sobre el nacimiento o infancia de Jesús y que, al menos hasta este momento, los únicos personajes dentro del evangelio que conocen su identidad son Dios, los demonios y el propio Jesús. Consecuentemente, no resulta extraño dentro del mundo interno de este evangelio que la familia y coterráneos de Jesús se sorprendan de su poder y habilidad, las cuales parecen no haber sido poseídas antes del inicio de su ministerio.

Mas sorprendente aún, sin embargo, es que los propios discípulos de Jesús una y otra vez fracasan en entender a su maestro, a pesar de que ellos hayan elegido seguirlo y que el propio Jesús les haya ofrecido enseñanzas privadas (ej.: Mc. 6:51-52). Cuando Jesús calma una tormenta, ellos se preguntan espantados “¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?” (Mc. 4:41). Cuando Jesús camina sobre las aguas ellos se asombran, ya que “tenían la mente embotada y no habían comprendido (…)” (Mc. 6:51-52). Mas tarde, cuando Jesús les advierte de tener cuidado con “la levadura de los fariseos y con la de Herodes”, ellos creen que Jesús está enojado con ellos porque se olvidaron de traer pan (Mc. 8:16), a pesar de que literalmente Jesús justo acabó de alimentar a cuatro mil personas con solo siete panes (Mc. 8:1-10). Sin embargo, justo aquí en la mitad del evangelio, los discípulos por fin parecen entender quien es Jesús, aunque sea solo a medias.

Jesús, el ¿Reconocido? Elegido de Dios

Durante la primera mitad del evangelio solo Dios, Jesús y los demonios saben que Jesús es el Mesías. Pero alrededor de la mitad del evangelio, en su clímax, esto cambia. Cerca de la ciudad de Betsaida, Jesús cura a un ciego. Sin embargo, este milagro es único en que Jesús no cura al afligido a la primera tentativa, sino que requiere de dos intentos. Primero, el ciego solo recupera la vista de forma parcial, ya que ve a la gente como si fueran “árboles que caminan” (Mc. 8:24). Es solo después del segundo intento que el ciego finalmente recupera la vista del todo. Esta sanación tiene un profundo significado simbólico dentro del evangelio, simbolismo que podemos deducir por su contexto inmediato.

En efecto, inmediatamente después de este evento, el texto nos dice que Jesús les pregunta a sus discípulos la pregunta central de todo el evangelio “¿Quién dice la gente que soy yo?” a lo que ellos replican “Unos dicen que Juan el Bautista, otros que Elías, y otros que uno de los profetas” pero entonces Jesús se vuelca a ellos y les pregunta “¿Quién dicen ustedes que soy yo?” A lo que Pedro por fin contesta “Tú eres el Mesías” (Mc. 8:29). Los discípulos por fin han reconocido que su maestro no es otro que el prometido Cristo, el rey de Israel. Jesús inmediatamente les ordena guardar silencio.

Sin embargo, el entendimiento de los discípulos es solo parcial. Los discípulos han por fin entendido que Jesús es el Mesías, pero ellos identifican al mesías como una figura de poder y grandeza. Jesús, en cambio, subvierte sus expectativas indicando que él debe de sufrir y ser crucificado. Esto ofende a Pedro, quien reprende a Jesús el cual a su vez lo increpa diciendo “¡aléjate de mí, Satanás!” (Mc. 8:33). Igual que el ciego de Betsaida, los discípulos solo ven a medias.

En efecto, a partir de este evento, Jesús en numerosas ocasiones predice su sufrimiento, muerte y resurrección. Pero después de cada una de sus predicciones, el autor deja claro que los discípulos no entienden a Jesús. Ya vimos que después de la primera predicción Pedro, quien justo acaba de reconocer a Jesús como el Cristo, se indigna cuando él les dice que debe de sufrir y morir por lo que Jesús lo reprende. La siguiente predicción ocurre en el siguiente capítulo, justo después de la Transfiguración. Nuevamente Jesús predice su muerte y resurrección, pero los discípulos no entienden que quiere decir con eso (Mc. 9:10). Poco después, Jesús predice su muerte por tercera vez, sin embargo, sus discípulos “no entendían lo que quería decir con esto, y no se atrevían a preguntárselo” (Mc. 9:32). Al contrario, inmediatamente los discípulos empiezan a discutir sobre quien es el más grande de entre ellos (Mc. 9:33-24). Jesús predice una última vez su muerte en el capítulo siguiente de una forma extremadamente gráfica: “Ahora vamos rumbo a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los jefes de los sacerdotes y a los maestros de la ley. Ellos lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles. Se burlarán de él, le escupirán, lo azotarán y lo matarán. Pero a los tres días resucitará” (Mc. 10:33-34). Sin embargo, inmediatamente después de terminar estas palabras sus discípulos Santiago y Juan le piden que Jesús les conceda puestos de autoridad en su Reino. Los discípulos simplemente no entienden que Jesús no es el Mesías lleno de poder y gloria que esperaban, sino el Mesías sufriente. Tampoco entienden que ser discípulos de Jesús no significa tener dominio y autoridad, sino sacrificio, entrega, y martirio.

Jesús, el Crucificado Elegido de Dios

Después de esta última predicción, la narrativa  marcha de modo inexorable hacia la muerte de Jesús. Jesús entra a Jerusalén aclamado por las multitudes, montado en un asno cumpliendo la profecía mesiánica del Libro de Zacarías:

¡Alégrate mucho, hija de Sión!
¡Grita de alegría, hija de Jerusalén!
Mira, tu rey viene hacia ti,
justo, salvador y humilde.
Viene montado en un asno,
en un pollino, cría de asna.
(Zacarías 9:9)

Poco después, Jesús entra en el Templo de Jerusalén donde protagoniza un violento escándalo en contra de los cambistas y la administración del lugar, cosa que acentúa el conflicto entre Jesús y las autoridades religiosas, las cuales buscan ansiosamente la forma de matarlo.

Jesús da un discurso apocalíptico, prediciendo la inminente destrucción del Templo al final de la era, cuando el Hijo del Hombre, una figura cósmica similar a la descrita en el Libro de Daniel (Dn. 7:13) bajará del cielo a traer juicio a este mundo y salvación a sus seguidores. Jesús predice que este drama apocalíptico ocurrirá pronto, durante su propia generación (Mc. 13:30) aunque el día y la hora exactos son desconocidos (Mc. 13:32).

Jesús y sus discípulos celebran una cena de Pascua Judía, y al final de ella Jesús toma el pan y el vino tradicionalmente consumidos y les da un nuevo significado simbólico: el pan representa su cuerpo y el vino su sangre que será derramada. Jesús predice que sus discípulos le abandonarán, pero les indica que “después que yo resucité, iré delante de ustedes a Galilea” (Mc. 14:28).

Después de eso, Jesús y sus discípulos se dirigen a Getsemaní. Aquí la compostura de Jesús cambia totalmente. Jesús ya no es descrito como una poderosa y autoritativa figura, sino que exhibe un profundo temor. En tres ocasiones le pide a Dios que de ser posible le evite el sufrimiento que esta por venir, pero Dios permanece en silencio. Finalmente, Judas, el traidor, aparece acompañado de una turba armada que arresta a Jesús. Sus discípulos, tal como fue predicho, le abandonan.

Jesús es llevado ante el Sanhedrin, el consejo de autoridades religiosas de Jerusalén donde le condenan por blasfemia y al día siguiente es enviado a ser juzgado por Poncio Pilato. El procurador romano, viendo que Jesús fue “entregado por envidia” (Mc.15:10) y siendo que (según Marcos) existía una costumbre de soltar un preso durante la Pascua, da una elección al pueblo de Jerusalén: liberar a Jesús o al rebelde llamado Barrabás. Esta elección tiene un profundo simbolismo que muy a menudo se pierde para el lector moderno. El nombre del rebelde Barrabás significa literalmente “Hijo del Padre” en arameo (Bar = “Hijo de”, Abba = Padre). En efecto, el pueblo de Jerusalén tiene en frente no a uno sino a dos “Hijos del Padre”, Jesús y Barrabás, simbolizando dos conceptos incompatibles del mesías: por un lado, Jesús el Mesías sufriente y por otro Barrabás, el Mesías insurreccionista. Marcos, escribiendo en el año 70 después de la revuelta judía en contra de Roma sabe muy bien cuál fue la elección. Así, Barrabás, el Hijo del Padre que predica la violencia e insurrección es elegido por en vez de Jesús, el Hijo del Padre que predica la abnegación y sufrimiento. Una vez más, los personajes del Evangelio de Marcos son incapaces de entender.

Jesús es azotado, golpeado y la gente escupe sobre él. Los soldados se burlan coronándolo con espinas, vistiéndolo de púrpura (color identificado con la realeza) y dándole una vara a modo de cetro a la vez que se inclinan ante él. Jesús es finalmente llevado a las afueras de la ciudad y clavado a una cruz. Todos los presentes se burlan, incluyendo quienes están crucificados junto a él (Mc. 15:32).

Jesús grita “Eloi, Eloi, ¿lama sabactani?” que en arameo significa “Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?” En el contexto del evangelio, estas palabras abren un abanico de interpretaciones. Las palabras provienen del inicio del Salmo 22, un salmo donde un justo es oprimido por sus enemigos, pero al final es reivindicado. Este salmo ya fue aludido con anterioridad en el relato, cuando los soldados se reparten las ropas de Jesús (Mc. 15:23) cosa que también le ocurre al justo en el salmo (Salmo 22:18). El lector (es decir, los miembros de la comunidad de Marcos) sabe el final del salmo de la misma forma que sabe que al final Jesús será reivindicado en su resurrección. Pero ¿es posible que el mismo Jesús, al final de su sufrimiento tenga dudas? ¿Es posible que su grito de desesperación sea sincero? Durante todo el evangelio tanto los enemigos, como la familia y discípulos de Jesús han sido incapaces de entender su misión. En todo momento, el lector se encontraba en una mejor posición de entendimiento que los personajes del evangelio. ¿Es posible que mediante esta alusión al inicio del Salmo 22 Marcos esté colocando al lector una vez más en una posición de información privilegiada pero esta vez, por encima del propio Jesús? Evidentemente esto es una interpretación controversial, pero es una interpretación posible dentro del contexto del Evangelio de Marcos. En todo caso, los que oyen el grito de Jesús una vez más lo malinterpretan y creen que cuando dice “Eloi” está llamando al profeta Elías (fonéticamente suenan similar) y siguen burlándose de él.

Jesús expira, y dos eventos con profundo significado simbólico ocurren de inmediato. En primer lugar, la cortina del Templo se rasga en dos. Esta cortina separaba el santuario interno del Templo, donde se decía que la presencia de Dios habitaba, del resto del mundo. Esta rasgadura simbolizaría entonces que el sacrificio de Jesús ha causado que la presencia de Dios sea ahora accesible para todos. Al mismo tiempo, un centurión al pie de la cruz al ver a Jesús morir proclama “¡Verdaderamente este era el Hijo de Dios!” (Mc. 15:39). El primero en por fin entender quien es Jesús no son los líderes religiosos, ni su familia, ni sus discípulos. El primero en entender que Jesús es el Mesías sufriente ni siquiera es un judío, sino un pagano. Ambos eventos consecuentemente simbolizan para Marcos que la muerte de Jesús abre las puertas para que todos, incluyendo a los paganos, participen de la presencia de Dios. No solo eso, sino que ambos eventos se conectan con el principio del evangelio de una manera poderosa. El evangelio inició con el bautizo de Jesús donde el cielo se abre y una voz proclama a Jesús como Hijo de Dios, y ahora en su muerte la cortina del Templo es la que se abre y es una voz terrena la que repite la proclamación inicial.

Jesús, el Vindicado Elegido de Dios

Uno de los aspectos más fascinantes del Evangelio de Marcos es la forma en la que este evangelista decidió terminar su relato. Después de la muerte de Jesús, mediante la intercesión de un líder judío llamado José de Arimatea, el cuerpo de Jesús es recuperado y colocado en una tumba cavada en piedra, cuya entrada es tapada con una roca. Dos seguidoras de Jesús presencian el lugar donde José depositó el cuerpo (Mc. 15:47).

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Sin embargo, pasado el Sábado, un grupo de seguidoras de Jesús van a ese lugar y encuentran que la piedra a sido removida y el cuerpo ya no está allí. En vez de eso, se encuentran con un joven vestido de blanco que les dice que Jesús ha resucitado. Este joven les pide a las mujeres que les digan a los discípulos que Jesús se ha adelantado y que se encontrarán con él en Galilea (Mc. 16:6).

Sin embargo, las mujeres salen corriendo aterrorizadas del sepulcro y “no dijeron nada a nadie, porque tenían miedo” (Mc. 16:8). Y, ¡el evangelio termina ahí!

En efecto, por más desconcertante que sea, existe un indiscutido consenso de que el evangelio de Marcos originalmente concluyó en el versículo 16:8, es decir, con las mujeres huyendo y no diciéndole nada a nadie. Siglos después, escribas cristianos (a los cuales seguramente también les desconcertó el final abrupto del evangelio) redactaron los versículos 9 al 19 que todavía aparecen en la mayoría de las traducciones modernas del Evangelio de Marcos. Sin embargo, todos los manuscritos antiguos que tenemos terminan en el versículo 8 y no hay duda alguna que ese era el final original del evangelio. En efecto, las ediciones modernas de las Biblias admiten este hecho, a menudo colocando los versículos 9 al 19 en brackets o itálicas o colocando una nota al pie de página al final del versículo 8.

¿Por qué el evangelio termina de este modo tan inesperado? Quizá el final original se perdió, o quizá Marcos simplemente no pudo terminar su relato. Sin embargo, quizá la razón sea mucho más sencilla. Durante todo el evangelio, Marcos ha enfatizado que los discípulos y seguidores de Jesús fracasaron en entenderlo. La huida de las mujeres y su silencio se conforma a este patrón: incluso al final del evangelio, los seguidores originales de Jesús fueron incapaces de entenderlo. Pero el lector entiende.

 

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Esta entrada es parte de una serie sobre la exégesis histórica de los evangelios canónicos. Las entradas que componen esta serie son:

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